miércoles, 1 de octubre de 2014

"No somos técnicos, somos ingenieros"


Nabila Delgado

Esa corta, pero efectiva frase, refleja la enorme molestia de la comunidad politécnica ante de la posibilidad de que la educación a la que sus esfuerzos (y probablemente el de las generaciones que les precedieron) les llevó a acceder sea devaluada.

La frase refleja al mismo tiempo una situación más compleja: ¿por qué los estudiantes consideran que ser técnicos es malo? Puede sonar a perogrullo, pero no lo es. Los jóvenes que hoy se manifiestan se integraron o buscan integrarse al IPN con el objetivo de ser licenciados o ingenieros pues con ese fin fue creado el Instituto y el acuerdo debe mantenerse. Sin embargo, en un país en el que sólo 3 de cada 10 personas que ganan un salario mínimo terminó la secundaria sabemos que ser Ingeniero o Licenciado conlleva elevar las probabilidades de tener un empleo mediante el que obtengan un mejor ingreso. Así nos educaron y las políticas educativas lo reflejan.

Cada inicio escolar en la UNAM y el IPN la nota lamentable es la cantidad enorme de rechazados, nuestras universidades públicas no se dan abasto. Los que tuvimos el privilegio (no se puede llamar de otra manera) de estudiar en una de ellas sabemos que los espacios no siempre son aprovechados, no todos nos graduamos, menor cantidad se titula, pero haber llegado tan lejos es enorme considerando la desigualdad en nuestro país. 

Esta dinámica perversa en que la única forma de "asegurar" nuestro futuro sea llegando a una universidad que rechaza al 90% de aspirantes -que a su vez apenas es una fracción de la población económicamente activa- deja al resto a merced de la educación técnica que tanto despreciamos. Le quitamos su valía. 

“IPN no es mano de obra barata” es una de las consignas que han circulado, el discurso se aleja del reconocimiento académico al que se accede estudiando carreras más largas y con un rigor académico diferente de las carreras técnicas para quedarse en lo económico. Miles de personas que por sus capacidades, habilidades, circunstancias económicas o elección son ahora técnicos depreciados.

No sólo en el discurso discriminamos la educación técnica, las políticas gubernamentales la han dejado de lado, no se ha buscado diversificar las áreas educativas a las que los jóvenes pueden acceder, en secundarias y preparatorias no nos muestran que desempeñar un trabajo técnico es una opción y la inversión gubernamental en escuelas técnicas no se nota en resultados. Ello se traduce en algo tan básico como regatear al electricista, al sastre, al herrero, (inserte aquí a al técnico que se le ocurra); y las secretarias pueden llegar a percibir salario mínimo por resolvernos la vida. Depreciamos el trabajo técnico, con mucha facilidad terminamos depreciando el trabajo ajeno en general. 

Nos cuesta invertir en el trabajo técnico en todos los niveles. Que la lucha del Politécnico por conservarse como Instituto formador de Ingenieros y Licenciados nos haga reconsiderar la educación nacional.